miércoles, 30 de septiembre de 2009

Jugo de naranja

Vienen a mí vagas reminiscencias de aquella tarde. Recuerdo que llovía y las gotas chocaban fuertemente contra el cristal y por cierta hendidura se filtraba una ligera brisa que me mojaba la espalda y llenaba de frío mi cuerpo. Eso no me importaba, me importaba el mezcal y los labios que se agitaban para calentarme lentamente.
No lo recuerdo, ahora sólo se asoman imágenes de aquel día, las palabras, las he olvidado. Lo más probable es que en nuestra conversación haya aparecido Darío. No sé cómo se le ocurrió llegar si le dejé claro que tenía un compromiso ineludible. Le mentí, obvio, no le iba a decir que el compromiso era con Angélica y pues ¿cómo iba cambiar las caricias de la negra por una tarde común y corriente a lado de él? Además, era la despedida, mí mulata se marcharía.
No me di cuenta en qué momento entró, ni del tiempo que llevaba observando. Él se imaginó que me encontraría enredada con alguien. Ya tenía días diciéndome que me veía rara, ida, en otro mundo, me comentó que no soportaría la infidelidad, ni siquiera con una mujer. Por eso, deslizó sus pasos sin hacer ruido, quería sorprenderme y el sorprendido fue él, no por verme entregada a la negra, sino por mi actitud. Me puse como loca en vez de sentirme avergonzada, sobre todo, cuando dijo: — ¡ya esperaba algo así!
No pude controlarme, mi sangre estaba envenenada de alcohol, de ira; lo culpé por lo que yo estaba haciendo. Él era responsable del engaño, no quiso acceder a mi propuesta, él me explicó sus ideas. Al principio me parecía algo sucio hacerlo con una mujer, no estaba dispuesta a realizar ciertas cosas a él todo ¿pero a una chica? eso me parecía imposible; a mí no se me hubiera ocurrido. Con sus fantasías sentí la curiosidad de jugar, de probar una piel distinta a la ya conocida. 

Seducirla fue fácil, y tampoco gasté muchas frases para convencerla de formar un trío. Lo difícil fue persuadir a Darío, nunca  lo logré… Se alegró cuando le dije que ya había encontrado a la candidata perfecta, sin embargo, la fugacidad de un nombre se llevó el entusiasmo. — ¿Con ella?— preguntó decepcionado. No indagué el por qué del rechazó, lo intuía, el color y la voluptuosidad de la mulata le provocaban asco.
Nunca imaginé que pasaría todo esto. La situación se volvió caótica. Mis rabietas infantiles fueron para él un torbellino de insolencias. Se desesperó y me dejó hablando sola, pero ¿qué quería, que no probara? Tenía que experimentar, por eso me involucré con ella…Yo también deseaba tenerlos al mismo tiempo y cuando lo invité, prefirió irse. Por esa razón fui violenta, tenía que terminar lo que había empezado, estaba a punto del orgasmo cuando irrumpió y, como era lógico, tenía que utilizar cualquier medio para saciarme. Amenazarlo no fue la mejor idea pero sí la única forma que encontré para poseerlos simultáneamente. Recuerdo que, sobre su cuello, una gota de sangre se asomaba para invitarme a continuar. No lo dejé escapar, lo sometí y lo regresé a la habitación. Sabía que era capaz de hacer cualquier cosa al estar dominada por la ira, por esa razón, no me puso trabas.
Angélica permanecía inerme, replandecía enredada entre las sábanas… Cuando me vio entrar no necesitó indicaciones,  se levantó para quitarle la ropa. Obedeció en silencio, lo amarraró. Se resistió un poco cuando le indiqué qué lugar era el idicado para posar su labios, sin embargo, ese sexo extraño y frágil  mostraba una flacidez ridícula, no reaccionaba a los estímulos de Angélica.

Los golpeé; les cubrí  los ojos,  mientras la imptencia de un cuerpo distinto al mío se unía al de él. Poco a poco reaccionaron. Sus dos cuerpos mostraron la fortaleza necesaria para satisfacerme. No les dejé de pegar, sentí tanto placer al escuchar el sonido de la carne machacada. Gritaban como un gatos en celo.  Sus gritos me orillaron a ponerles una mordaza. No era nada gracioso que me volvieran a interrumpir y fue necesario ahuyentar cualquier señal que pudieran descubrir oidos distantes. Pobrecitos, la piel les quedó totalmente marcada y se  complementaba con una boca mamando y un objeto flajelando.

Todo seguía igual mientras le ordenaba que se montara y cuando lo hizo se meneaba con tanta delicadeza que la quemé para complacerme, ella tuvo que acelerar sus movimientos.No existieron dudas, sabía que gozaban y ese goce me incitó a poner mi trasero sobre la boca de él; lo forcé para que introdujera la lengua y con eso logró, por instantes, apaciguar mi lujuria.
Yo quería más y no me conformé con juguetear con los senos de la negra ni con besarla o tocarla, necesité acostarla para mirar como ese miembro se sumergía, fue cuando sentí el impulso de probar lo que escurría de esos dos sexos; era un deleite beber de esa mezcla, había probado por separado pero la unión produjo un sabor distinto, delicioso...

La negra se consumía, se apagaba, se alejaba de mí, de él; aproveché esa oportunidad para recibir un placer similar, aunque distinto disfruté aún más. Angélica tomó un juguete, fui penetrada. Besé a Darío, presentía que serían mis últimos besos, y mientras lo hacía, experimente un éxtasis nostálgico mientras  un orgasmo fugaz que me dejaba inquieta. En ese instante comprendí que no volvería a tenerlo, que no perdonaría la infidelidad ni que lo haya instigado a estar con una chica que no deseaba. Pensar que con ellos los  atardeceres eran embriagantes, claro, en sesiones distintas. Era feliz, tenía conmigo, no a mi media naranja, era dueña de una completa y mis dos mitades  se mezclaron una tarde lluviosa provocando el resultado más exquisito y fugaz… Hoy que no los tengo, he comenzado a extrañarlos.
Aracely Flores

martes, 29 de septiembre de 2009

Continuará...

Yo no he soñado contigo ni siquiera formas parte de mis fantasías, formas parte de mis recuerdos, recuerdos llenos de deleite, por eso, para qué imaginar nuevos encuentros, si sé que los volveré a tener, que volveré a sentirte entre mis piernas y, sobre todo entre mis nalgas rompiéndome el culo, lastimándome, haciéndome gemir.

Para qué fantasear. Prefiero recordarte. Recordar ese sexo que se inflama con el contacto de mi boca, con la humedad de mi lengua; aún percibo su textura, su calor y sobre todo su aroma. Tu aroma duerme en mis rincones y cuando vagamente aparece un olor similar, mis manos deseosas y con ganas de sentirte, se limitan a la caricia suave que imita el contacto de tus dedos.

Recuerdo como nos conocimos, nuestro primer encuentro; tu rostro observándome, las sensaciones que sentí al cruzar nuestras miradas. No recuerdo quien comenzó a mirar a quien, pero sí tus ojos, coqueteándome, incitándome; supongo que hice lo mismo, pues te acercaste a mí, un pretexto de tu parte y de la mía una respuesta negativa, un aparente rechazo. Tuve miedo, no de ti, sino de lo que sentía y de lo que sería capaz de hacer al tener un cuerpo desconocido, una piel distinta a la ya conocida. Tenía miedo de los testigos, de los ojos ajenos que pudieran delatarme.

Recuerdo que arrepentida utilicé un intermediario para atraerte; hablamos poco, pero hablamos; me alejaste de los testigos, de la gente y ocultos detrás de una puerta recibí el primer beso de tus carnosos y mojados labios, ¿Qué sentí? una pulsación electrizante entre mis piernas, para ser exacta entre mi coño. Era una sensación exquisita que me embriagaba y que me hacía olvidar el mundo cotidiano; lástima, ese momento fue interrumpido provocando una despedida forzada con palabras que dejaban abierta una posibilidad.

Creí que no volvería verte, que la embriaguez de esa noche se resumiría al contacto de un abrazo y a la unión de nuestras bocas, sin embargo, no fue así, por una extraña razón, alguien convenció a mi hermana para que yo pudiera quedarme. Emocionada te busqué entre la gente; creo que fue la primera vez que te sorprendí al llegar de improviso. Nos fuimos del bar y vagamos por las calles en busca de un hotel.