domingo, 17 de mayo de 2009

Placer sin palabras

El camión se encuentra atestado de gente, el sudor impregna el espacio cerrado; ha terminado la jornada; para algunos es el recorrido a casa y para otros, apenas el inicio. Es de noche y la oscuridad empapa los semblantes que permanecen cansados, divagando en recuerdos… en cuentas por pagar.

Todos pertenecen al mismo montón. Obreros que gastaron sus manos y su cuerpo en las fábricas. Ellos se trasladan en la rutina siguiendo un patrón de acontecimientos diarios, pero existe algo que contrasta y no se advierte de la misma forma. Una joven no lleva entre sus manos el uniforme, sino un par de libros que compartirá con una compañera.

Ya es tarde y la importancia del tiempo parece insignificante, sobre todo, cuando se pretende compartirlo con una taza de café y con las hojas que formarán parte de una tarea escolar. Una hora, tal vez dos, serán suficientes para dejar que las palabras llenen las cuartillas. Palabras y más palabras ¿quién las inventó? a veces no sirven de nada cuando mueren en el aire o en el papel.
Las miradas, esas sí que importan cuando recorren una piel desnuda y se posan sobre el sexo o las caderas, cuando admiran la belleza y estimulan los sentidos. Para los ojos, el compañero perfecto se encuentra en el deseo y el deseo se manifiesta en el preciso instante cuando un hombre deja caer sobre la espalda la lascivia y el anhelo… Los ojos provocan el calor de la carne. Carne, la delicia y el placer. Carne que se eleva para orillar a una figura al descaro y la caricia.

Es así como Jimmy justifica sus actos. Nada de fantasías. Las imágenes de la posibilidad nunca se han mecido por su mente. Siente necesidad de tocar para conocer la piel ajena, pero sólo eso, una necesidad que atribuye a la comparación. Comparar un cuerpo femenino, compararlo con la textura de su miembro.
El ambiente se enrarece cuando observa y, mientras lo hace, se palpa la entrepierna, su pene se ha puesto firme y no tiene suficiente espacio para gozar. Lentamente introduce sus dedos, se toca un poco, luego lo saca. Tiene miedo a ser descubierto, sin embargo, la discreción se dibuja en el viejo uniforme y, oculto entre la tela, su sexo se convierte en un espectador al aguardo de actos excitantes.

Jimmy tiene la tentación de acercarse a la joven, a veces, ligeramente la roza con la punta de la verga. Ella, embebida sólo percibe el olor de un ser anónimo; inhalando se embriaga y olvida por completo el entorno que la rodea, se concentra en ese aroma para alejar el de los demás; esa fragancia le provoca un cosquilleo, una caricia, que la excita con el simple olor de un hombre tras de ella.

De repente, un empujón devuelve la realidad a esta pareja desconocida entre sí. Ella deja de respirar el aroma y siente el pito parado de un hombre; él ha dejado de tocarse y siente completamente el muslo de la chica. La piel de ambos se eriza bajo la ropa, se observan, no hay palabras, ni reclamos sólo miradas que agasajan, que incitan a seguir disfrutando.

El miembro permanece escondido, vagamente se asoma, ella logra verlo y mueve su trasero contra él. Jimmy está complacido por ese detalle y le sube la minifalda utilizando el pene guiado por la mano. Ella abre un poco los muslos y el duro miembro se sitúa entre ellos, se aprisiona mientras derrama una ligera miel al sentirse cautivo. Los movimientos son pausados, mete y saca la verga de las piernas.

El camión se para, Jimmy quiere sentir la humedad de su compañera, así que la hace descender. Caminan por las calles buscando un rinconcito, aparece. Comienzan a besarse, a babearse, a manosearse y dejarse llevar por los instintos. Ella no pierde la oportunidad y se hinca, observa cada vena y cada chispa de color que se distingue en la penumbra. No titubea al sacar la lengua, la desliza por el tronco, bañándolo con la saliva. La punta se sumerge poco a poco entre los labios, se lo come una y otra vez, hasta ponerlo tieso, listo para ser utilizado en una zona más íntima y voraz.

Él la levanta y la acerca a su cuerpo, se aprieta uniendo los sexos, mueve las caderas. Ella se enciende, se moja, palpitan sus bordes internos; desabrocha las bragas anudadas con un listón y sus bellos quedan al descubierto, Jimmy no los mira sino que los palpa, los acaricia, como acaricia el pequeño botón que se esconde entre ellos. Le sube la falda y la gira para acariciarla le abre las piernas; toma la verga y la desliza por el culo, por la vagina. Posa la punta en la entrada, la mueve orbicularmente antes de intentar la penetración. Empieza a empujar; abrir ese lugar se vuelve difícil, es muy estrecha la entrada.

Ella es invadida por un falo desconocido y al quedar penetrada comienza a moverse, a extenuarse y la rapidez que los revuelve logra expresar con el cuerpo la delicia rechazando las palabras. Los embates son feroces y violentos; siente dolor, en su piel jamás había navegado algo tan grande, sin embargo, ni el daño cometido es capaz de arrancarle el placer al exponerse al fervor que infecta sus sentidos.

El éxtasis les arrebata los gemidos, que se confunden con el ruido de la ciudad, jamás habían gozado tanto, él nunca había eyaculado con tanta demencia como ahora, y mucho menos, su semen había resbalado por las piernas de una chica y ésta sintió por primera vez el calor derramado por todo su cuerpo.

La despedida fluye con beso. No hablan y el adiós queda pendiente cuando suena el celular. Ella recuerda que la esperan y se va apresurando el paso. Él se queda y ve como la felicidad se contonea en ese par de nalgas que lo dejaron exhausto.

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